ExPresaMente

El Blog de Sandra Gómez

Liberación del ser

Me encontraba en aquella pequeña habitación. Tres sucias paredes grises y otra compuesta por barrotes. El aire era pesado y húmedo. Costaba respirar y hacía bastante calor. Tenía una sensación muy extraña de agotamiento y bloqueo. Solo quería salir de allí, nada más. Intenté moverme, pero los grilletes no me lo permitieron. ¿Grilletes? Esto iba a ser más complicado de lo que esperaba. Estaba atada de pies y manos. Comencé a gritar con todas mis fuerzas, pero nada, excepto un estruendoso eco, volvía a mí. Si nadie me oía, ¿cómo saldría de allí?

Caí de rodillas y el bloqueo anterior se convirtió ahora en una impotencia inmensa. Rostros, cosas, ideas empezaron a volar en mis pensamientos. ¿Qué iba a ocurrir? ¿Y si ya no salía de allí? ¿Qué pasaba con todo lo que tenía? Inmediatamente se me vino mi familia a la cabeza. No podía concebir la idea de no verles más. Y más cosas, mi casa, mis amigos, mis fotos, mi coche… ¡No podía ser cierto! Una angustia inmensa recorría mi cuerpo y la ansiedad empezó a recorrer mis venas.

“¡Cálmate!” me repetí una y otra vez, “solo respira”. Cerré los ojos y cogí aire llenando mis pulmones, hinchando la barriga, una y otra vez, soltándolo despacio y cogiendo aire de nuevo. Mi cuerpo fue aceptando todo ese aire y mis pulsaciones volvieron a la normalidad. Seguí respirando… Y mis ojos se abrieron de repente, me quedé inmóvil. ¡Cómo estaba luchando contra nada! Tenía todas las de perder, estaba luchando contra ¿qué?

Me paralizó pensarlo, pero así era y así es. Ni familia, ni casa, ¡nada! De repente no tenía absolutamente nada, de hecho, jamás lo había tenido. Me encontraba en esa jaula de donde seguramente no saldría jamás, ¿y dónde estaban “mis” cosas? ¿”mi” gente? ¡Madre mía! No eran “mis” nada, ¡nunca lo habían sido! Si el resto de mi vida iba a transcurrir entre esas cuatro paredes, no tenía más que eso, el aire que respiraba y mis recuerdos.

Fue entonces cuando mis seres queridos aparecieron ante mí como seres suyos, personas completas, a las que, aunque me unían lazos, tenían su aire que respirar y sus propios recuerdos. Entendí que, como el resto de personas, me había dejado llevar por la necesidad de querer pertenecer a alguien. Podría ayudarlos, podría quererlos, podría incluso discutir con ellos, pero no eran míos de ninguna de las maneras. Y eso me gustó al poder pensar que tampoco yo era de nadie. Era un ser libre y completo, y no un gajo de una naranja mayor.

Los grilletes que encadenaban mis manos se rompieron súbitamente. Me sentí tan aliviada como perpleja, pero quería conservar la calma que tanto esfuerzo me había costado ganar, por lo que no presté mayor atención y continué divagando… ¿Ocurría lo mismo con “mis pertenencias”? ¿Me pertenecían realmente? Si así era, ¿dónde estaban ahora si no era conmigo? Era fácilmente comprensible que con todas las cosas que tenía ocurría exactamente lo mismo. Si mañana yo no estaba pisando el mundo, “mi” casa la ocuparía otra persona, y las cosas que tenía tendrían nuevo dueño o se aprovecharían de alguna otra forma. Nada de eso se vendría conmigo.

Tendemos a considerar que todo nos pertenece… Tener, tener y tener es lo único que nos asegura que valemos algo, eso creemos, cuando en realidad solo SOMOS, somos agua, células, vida, un cerebro y todo lo que éste crea, como los recuerdos. El resto viene dado, es prestado, no sabemos si mañana estará ahí, queramos o no aceptarlo. Todo lo que nos rodea nos acompaña, nos complementa y podemos usarlo para enriquecer aún más nuestra vida, pero nuestra vida es nuestra.

Los grilletes que asían mis pies se partieron de repente. Me masajeé con cuidado los tobillos, esta vez sin sorprenderme apenas, y me puse en pie. La puerta estaba abierta… salí con la cabeza alta, dispuesta a abrazar todo aquello que viniese a enriquecerme, pero convencida que iba mejor acompañada que nunca.

Sandra Gomez • 23 septiembre, 2016


Previous Post

Next Post

Deja una respuesta

Your email address will not be published / Required fields are marked *