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El Blog de Sandra Gómez

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Los colores de la Mente

Una habitación luminosa, una larga mesa en medio y varias cajas cerradas encima de ésta. Una escalera de madera apoyada en una de las blancas paredes. Miré a mis espaldas, no había entrada ni salida. No supe cómo había llegado ahí. Me vi atrapada. ¿Qué podía hacer?

Me acerqué sigilosamente a la mesa, observando las cajas. Sentí miedo de aquello que pudiesen contener, pero siempre me ha podido la curiosidad, y esta vez no fue diferente. Agarré la tapa de la primera caja y, con el corazón latiendo apresuradamente, la aparté… Miré en su interior. Mis ojos no daban crédito. “Pinturas… ¿en serio?”, pensé, y rápidamente me dirigí hacia la siguiente, y la siguiente, y la siguiente… Pinturas, brochas, guirnaldas… ¿De verdad no había más que herramientas? Giré la cabeza hacia las blancas paredes. Bueno, podía hacer tiempo hasta que alguien me rescatase.

Cogí la escalera y colgué los cubos de pintura en ella. Con una sonrisa completamente infantil me dejé llevar. Escogí cada uno de los colores, formas, sueños. Un arcoíris, naturaleza, libros, personas felices y sonrientes, el mar… Pinté y pinté. Las horas pasaban y pasaban. Tiempo después los brazos comenzaban a resentirse, me sentía cansada, y comencé a agobiarme. Al cabo de unas cuantas horas (¿días quizás?) me descubrí pintando las paredes con colores oscuros, formas sin sentido, espirales de confusión… ¿Cuándo iba a aparecer algo o alguien que me sacara de allí? No quería permanecer más tiempo en mi compañía, ni quería pintar más. Me derrumbé. Me dejé caer de rodillas al suelo y lancé la brocha con todas mis fuerzas hacia la pared. Las lágrimas comenzaron a inundar mis ojos y la desesperación comenzó a apoderarse de todo mi ser.

Tras unos minutos desbordada, de repente lo vi claro. Me puse en pie, me sequé las lágrimas, me aproximé a una de las paredes y empecé a plasmar lo que el corazón me pedía. Y así, terminé de pintar mi puerta. Me quedé observándola. No pasaron más de diez segundos entonces hasta que ésta se abrió. Me quedé perpleja y crucé el umbral… Para mi sorpresa, aparecí en la playa, visualizando un bonito arcoíris, allí a lo lejos podía ver familias felices, bosques, montañas. Miré a mis espaldas. Donde debía estar la puerta que acababa de cruzar aparecía ante mí un cielo completamente gris, donde las negras nubes sin forma definida me inspiraban una enorme tristeza. Mi corazón se encogió ante esta imagen.

Solo entonces lo comprendí. Jamás podría haber pintado algo desconocido para mí, puesto que, al no haber estado previamente en mi cabeza, no podría haber sido exteriorizado. Tenía frente a mí cada color escogido, cada idea utilizada, cada sentimiento plasmado. Podía oler la pintura al observar a mi alrededor y revivir cada emoción sentida al pintar. ¿Qué habría pasado si hubiese trazado cada uno de mis sueños en vez de odiar esa situación de encierro? ¿Si hubiese aprovechado para pintar lo que deseo que la vida me dé o todo lo valioso que ya tenía? ¿Qué me habría encontrado tras la puerta en esa realidad palpable? Todo aquello en lo que la mente cree de verdad, será creado y real. Sentí un poder infinito…

Aprendida esta primera gran lección, proseguí mi camino.

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Sandra Gomez • 2 septiembre, 2016


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Comments

  1. Alicia 2 septiembre, 2016 - 6:54 pm Reply

    Impresionante

    • Sandra Gomez 2 septiembre, 2016 - 8:00 pm Reply

      🙂 gracias, Alicia!

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