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El Blog de Sandra Gómez

CoherenteMente

Hecha un completo manojo de nervios me encontraba. Encendí otro cigarrillo y le di una honda calada. “Uf, vaya día estresante”, pensé, soltando el humo lentamente y dejándome llevar por esa falsa sensación de relajación. Yo sabía mejor que nadie que el tabaco no apagaría mis inquietudes, realmente, pero me gustaba engañarme a mí misma pensando que sí. Al mismo tiempo, veía a mis primos pequeños corretear por el patio familiar, llegando un punto insoportable en el que sus chillidos y agresividad al jugar comenzaron a crispar mis nervios. Quizás para encender otro cigarrillo, yo que sé.

Llamé a uno de ellos, que vino hacia mí con una mueca desagradable al haber cortado su carrera y se sentó a mi lado con cara de pocos amigos mientras le decía “David, no podéis ser tan brutos, os vais a hacer daño, tenéis que relajaros un poquito”, “¿me das un cigarro?”, contestó para mi sorpresa. “¿Qué? ¿estás loco? El tabaco es malísimo y no deberías ni tan siquiera probarlo, o te enganchará y será muy muy difícil salir de ello”, se quedó mirando al suelo y, antes de salir corriendo de nuevo, me dijo “ah, no sé, tú también estás nerviosa y veo que fumas, aunque sea malo… no lo entiendo, me voy con los primos”.

Me quedé perpleja durante unos minutos, sin saber qué decir o qué pensar. No entendía si aquello habían sido unas palabras hacia él o una lección para mí, pero intuía que era lo segundo. En cuestión de minutos, había perdido toda la razón posible ante ese enano. Le había dicho que se calmara, que no podía fumar para relajarse, y que fumar era un error, y todo ¡mientras yo hacía exactamente lo contrario! No es de extrañar, por tanto, que no me tomara en serio. Ni yo misma lo estaba haciendo.

Una persona no puede dar un consejo ni incluso vivir su vida si no es coherente. No vamos a una esteticista que no tenga buena imagen y presencia, no pagamos los servicios de un entrenador si éste no está en forma o no compramos a un diseñador gráfico si su página web está descuidada, ¿verdad? Y esto no quiere decir que estas personas no sean profesionales, ni mucho menos, significa que tenemos un principio de coherencia.

Si lo que ves, oyes y sientes no son lo mismo, hay algo que falla. Yo misma, querido lector, puedo hablarte de miedos, de superarlos, de arriesgarse, pero si yo no lo llevo a cabo en mi vida, mi ejemplo sirve de muy poco y todo queda en meras palabras, y todos sabemos que esas se las lleva el viento. Ser congruente es una de las cosas más difíciles que existen, pues es muy fácil dar consejos y ver las acciones y contratiempos de los demás desde una perspectiva externa y sin sentirlos, sin parar a pensar qué es lo que harías o cómo te sentirías tú, pero realmente, no desde la figura del amigo que escucha. No hay nada más falso que una contradicción. En cambio, si las cosas que dices se corresponden con lo que haces y con tu comportamiento, aparte de ganar credibilidad ante los demás, la ganarás ante ti mismo. Si sientes como tuyos esos comportamientos, estarás entonces honrando tus valores y podrás vivir de una forma creíble y sincera.

La incoherencia es la falta de respeto a tus valores. Cuando no actúas desde o con éstos, aparecen los bloqueos emocionales, la falta o pérdida de rumbo. Esa confusión no conduce a nada. En ese momento, debes sentarte, recordar qué rige tu vida, cuáles son tus principios y replantearte si los estás honrando. Si no es así, analiza en qué momento te has salido del camino y reconduce tu vida. Tus valores te definen como ser único, y no ser coherente es vivir sin ser tú mismo.

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Sandra Gomez • 24 septiembre, 2016


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